Aquella mañana se despertó y por primera vez en mucho tiempo, el sol no brillaba para ella. No había luz que se llevara los fantasmas que acechan las noches solitarias. No había pájaros que con sus trinos le animaran a afrontar aquel nuevo día. Sabía que ahí estaban como siempre las voces que le daban vida y fuerza, cuando las suyas flaqueaban; las manos que le empujaban a seguir o tiraban de ella, cuando en ocasiones perdía fuelle, pero aquella mañana había tanta oscuridad que no era capaz de verlas ni tan siquiera de sentirlas.
Se asustó, volvió al refugio de su cama, se escondió entre las sábanas y decidió esperar que pasara aquel mal día. Pero se equivocaba, a aquel día le siguió otro y otro y transcurridos varios recordó lo aprendido a lo largo de su vida, que ésa no era la manera de recuperar la luz. Se armó de valor, maquilló su tristeza, vistió de colores su melancolía, perfumó su sensación de soledad y salió a la calle luciendo la más falsa de sus sonrisas, mas no consiguió engañar al sol y éste seguía sin asomar para ella.
Caminaba por las calles ansiosa, buscando la luz, y la luz se agazapaba a su paso. Miraba a su alrededor y observaba como brillaba para otros caminantes pero cuando llegaba a aquella misma altura, para ella solo había sombras, sombras amenazadoras, oscuridad espesa, noche negra de la que en esta ocasión temía no lograr salir.
Y el tiempo, inexorable, seguía avanzando. Las voces le hablaban con cariño, le recordaban que estaban ahí. Las manos se ofrecían, llenas de amor, intentando tocar su corazón. Pero ella seguía sin ver ni oir. Observaba, sorprendida, que la oscuridad acababa envolviéndole tanto que llegaba a encontrarse si no cómoda, sí protegida. Que cuanto más tiempo pasaba en ella, más difícil se le hacía salir a buscar la luz.
Recordó de repente que la oscuridad encubría la falta de valor y de coraje, le engañaba, le hacía creer que en su seno estaba segura, que nada podía dañarle, y a la vez le cegaba y le impedía ver que nada podía hacerle tanto daño como ella misma. Ella y sus miserias, ella y sus desengaños, ella y sus lamentaciones, ella y sus fracasos, ella y sus errores. En su mente rememoraba otros momentos oscuros y el dolor que a causa de estos se había llegado a inflingir y pensó que no quería volver a pasar por eso, que en esta ocasión no llegaría al límite.
Decidió luchar y ahí sigue. Sabe que esta vez, como ha hecho otras, conseguirá salir, vencerá a la oscuridad y volverá a brillar el sol. Piensa, eso sí, que deberá pedir un poquito de paciencia a esas voces y a esas manos, y cayendo en la cuenta de que, como todo lo que pide, le será concedido, por primera vez en muchos días, sonríe.
Cristina
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